Crónica humanista sobre el silencio, los hechos y la conciencia
Este texto no es un ataque al derecho a la fe.
No nace del despecho ni de la pretensión de convencer a nadie.
Nace de la negativa a fingir que no vemos.
Nace de los hechos — esos que se imponen incluso cuando intentamos silenciarlos con oraciones.
Lo que sigue no es una acusación temeraria,
sino una inquietud legítima ante acontecimientos reales
que castigan, aprisionan y sofocan
a una parte mayoritaria de la humanidad.
Las preguntas aquí planteadas no exigen acuerdo.
Exigen únicamente honestidad.
Tal vez incomoden.
Si lo hacen, que no se interprete como afrenta,
sino como señal de que ciertos hechos no pueden suavizarse sin costo para la conciencia.
Este texto no busca destruir la fe de nadie.
Busca abrir un espacio donde razón, empatía y lucidez puedan coexistir — sin miedo.
Respóndeme, Dios.
No te hablo por provocación,
ni por deseo de negarte.
Lo que digo no es blasfemia — es constatación.
Y la indignación que surge de ella
no nace del odio,
nace de la realidad.
Dicen que eres amor.
Dicen que eres justicia.
Dicen que eres padre.
Entonces explícame —
dentro de los límites del entendimiento que afirman que nos diste —
por qué permites que tu nombre sea explotado como mercancía,
utilizado por oportunistas que se doctoraron
en el arte de engañar a los incautos,
respaldados por mentes formateadas desde la infancia
por religiones arcaicas
que confundieron fe con obediencia
y llamaron virtud a la sumisión.
¿Cómo permites que, en tu nombre, se acumulen fortunas billonarias,
mientras multitudes apenas sobreviven,
si los propios textos que se te atribuyen
condenan el apego a los bienes
y recomiendan compartir antes de seguirte?
¿Por qué no impones límites a este comercio deshonesto,
que vende la salvación como producto
y convierte la educación y la salud en mercancía sagrada,
como si la comunicación con el corazón humano
requiriera intermediarios costosos,
templos lujosos
y jerarquías blindadas?
Necesito entender para poder creer.
No en dogmas,
sino en la coherencia entre lo que se proclama en tu nombre
y lo que la realidad impone sin piedad.
Si eres omnisciente,
¿por qué creaste una existencia tan frágil,
tan expuesta al dolor, a la violencia y al abandono?
Si eres padre,
¿por qué el desamparo no es la excepción,
sino una experiencia recurrente?
El propio relato que te defiende narra
que tu hijo, agonizando, clamó:
“Padre, ¿por qué me has abandonado?”
Esa pregunta no fue rebeldía.
Fue lucidez en el límite del dolor.
Y sigue sin respuesta.
Mi madre creyó.
No como quien exige milagros,
sino como quien confía.
Era devota.
Sirvió en silencio.
Ejerció la caridad sin espectáculo.
Tras un accidente de coche,
fue llevada a urgencias.
Esperó tres horas para ser atendida.
Tres horas.
Múltiples fracturas torácicas.
Hemorragia interna.
Conciencia intacta.
Dolor continuo.
Tres horas esperando ayuda humana.
Tres horas esperando, quizá, algo más.
Imagino — porque nada más me queda —
que en algún momento
repitió las palabras de tu hijo.
La respuesta fue la misma.
Para ella
y para miles de creyentes
cuyas vidas fueron truncadas
antes del agotamiento natural al que tenían derecho.
No como castigo.
No como lección.
Solo silencio.
El año pasado,
las imágenes de la gran inundación en el sur de Brasil
mostraron cuerpos de niños flotando.
En otras regiones del planeta,
la escena se repitió.
Niños.
No metáforas.
No símbolos.
Cuerpos reales.
Y ninguno de los ángeles
que los libros dicen que existen apareció.
Ninguna ala.
Ningún brazo protector.
Ninguna intervención rompió la lógica de la tragedia.
Decir esto no es atacar la fe.
Es negarse a la ceguera.
¿Cómo conciliar estos hechos
con cualquier idea honesta de amor?
¿Cómo sostener el cuidado
cuando la realidad insiste en el abandono?
Millones murieron en tu nombre.
Millones murieron esperándote.
Millones siguen muriendo
mientras discursos religiosos
intentan suavizar lo insoportable
con palabras que no salvan, no alimentan, no acogen.
Y aún te pregunto:
¿por qué permites que la industria de las armas destruya vidas
y el propio Edén
que, según dicen, creaste para ser eterno?
¿O son tus obras, como las humanas, transitorias,
moldeadas por el ritmo de las culturas,
mientras los hombres se suceden en el tiempo
sin que el discernimiento ni la conciencia logren evolucionar?
Tal vez no seas cruel.
Tal vez solo indiferente.
O demasiado ocupado con otros mundos.
Tal vez simplemente no intervengas.
Y si no intervienes,
entonces no eres refugio,
no eres amparo,
no eres respuesta.
Eres, en el mejor de los casos,
una construcción humana —
un nombre creado para aliviar el miedo,
la soledad
y la dificultad de aceptar
que estamos entregados unos a otros.
El problema no es dudar de ti.
El problema es usar tu nombre para anestesiar la conciencia.
Llamar misterio al abandono.
Plan, al fracaso.
Milagro, al azar.
Si existes y permaneces en silencio,
el silencio debe ser dicho.
Si no existes,
la responsabilidad es aún mayor,
porque no hay a quién
delegar el deber de cuidar.
Tal vez, Dios,
nunca hayas sido el problema.
Tal vez el problema sea sostener
una idea de amor
que no se manifiesta
cuando más se necesita.
Respóndeme, Dios.
No con promesas.
No con metáforas.
No con libros.
Responde con presencia —
o acepta, al menos,
que el silencio
también es una respuesta.
.
Comentarios
¡Buen texto! Revela con claridad que es precisamente en el diálogo sincero —libre del miedo y del fanatismo— donde valores humanos como la justicia, la compasión y la verdad encuentran un suelo fértil para florecer. Muestra, además, que en el confronto honesto de ideas el fanatismo pierde el disfraz y se revela como lo que es: intolerancia travestida de verdad absoluta.
Iza da Paixão
Es un texto que conduce a una reflexión profunda y que se destaca por su lucidez al dejar claro que la intención no es atacar ni acusar, sino provocar conciencia.
Andria Martins

